viernes, 13 de diciembre de 2013

El INCIS pone en conocimiento unas cartas del líder revolucionario Roque Barcia en las cuales se solicita autorización para enarbolar la bandera de los Estados Unidos de América en los buques, baterías, fortalezas y en la ciudad de Cartagena durante el asedio que esta última sufrió durante los sucesos cantonales de 1873.

Con esto queda desmitificado el episodio por el cual algunas informaciones apuntan la posibilidad de que en algún momento de esta sublevación se pidiera la adhesión incondicional de la plaza de Cartagena a los Estados Unidos de América.

Dos cartas de Roque Barcia fechadas el 16 de diciembre de 1873; una al gobierno de Madrid y otra al embajador estadounidense.

Las cartas de Roque Barcia son significativas de su particular creencia en la violación de un derecho contra la humanidad, una va dirigida al Gobierno Centralista otra al embajador norteamericano Daniel E. Sickles en Madrid.
Estas cartas fueron publicadas en el “Diario Oficial de Barcelona” en 1874, los documentos fueron hallados en el fuerte de San Julian por miembros del Regimiento de Galicia que lo tomaron al asalto.

La carta al Gobierno Centralista dice:

“Siendo víctima Cartagena de una atentado nunca visto contra el derecho de Humanidad, hacemos saber al Gobierno centralista que, si en el término de veinticuatro horas no se suspende el bombardeo que está asesinado a un pueblo inocente en nuestros castillos, en nuestros baluartes, y nuestros buques, enarbolaremos la bandera angloamericana. Si el matar silenciosamente a la mujer y al niño se llama derecho; si está en esta barbarie el derecho patrio, Cartagena maldice a la patria. Elija el Gobierno de Madrid: o dejamos de ser tratados como tigres o pediremos ser criaturas humanas en el seno de un pueblo libre, digno, trabajador y honrado”.
Cartagena a 16 de diciembre de 1873.






La carta al embajador Sickles dice lo siguiente:

“Sr Embajador: suplicamos a V. Se sirva transmitir a su Gobierno las siguientes palabras de un pueblo héroe, de un pueblo mártir, de un pueblo fuerte, de un pueblo invencible. Hace veinte y un día veinte y una noche que están vomitando sobre nosotros el hierro de la muerte, como si fuéramos fieras del bosque o perros rabiosos. Ninguna autoridad ha dado aviso a los niños a las mujeres a los enfermos y a los ancianos. Ninguna autoridad ha dicho a la madre española: muere con tu esposo, pero salva a tu hijo. Ningún Gobierno nos ha intimado a la rendición; nosotros no nos hubiéramos rendido, no nos rendiremos, aunque nos dijeran que nos rindiéramos. Pero el hecho es que no nos ha dicho que nos rindamos. Nadie ha pronunciado una sola palabra; nadie nos ha dado un consejo, nadie nos ha dado una sola razón; con nosotros se hace lo que con una víbora; aquí te cojo, aquí te aplasto. No nos aplastará Sr. Embajador; el objeto es aplastarla. Nosotros no sabemos a estas horas quién nos combate: no sabemos si son ladrones; no sabemos si son asesinos; no sabemos si son incendiarios, a esos ignorados ladrones, a esos silenciosos asesinos. Sépalo la América, sépalo la Europa, sépalo el mundo, aquí se comete un atentado horrible contra el derecho de familia, de la patria, de la civilización, del cristianismo, del ser humano; y en nombre del ser humano, del cristianismo, de la civilización, de la patria y de la familia; en nombre del pueblo y de Dios preguntamos a la gran República americana si no autoriza en un caso extremo, como medio último de salvación enarbolar en nuestros buques, en nuestros castillos, en nuestros baluartes un pendón federal glorioso y acatado en todo el Norte. El pendón que ondeara en Filadelfia, aquel Congreso que supo dar un día generoso, un día infinito, un día sacrosanto a las nacientes libertades americanas. Tenemos una gloria inmensa en ser españoles, raza de héroes, genio de gigantes. Tenemos una gloria inmensa en heredar el hombres y las cenizas de nuestros mayores: más si España consiente estos sacrificios gentiles, esta crueldad desconocida, esta crueldad inmolada en los Kalmukos de la Siberia, aprenda España que hay en el mundo una criatura más grande que ella, la Humanidad. Delibere la Unión del Norte sobre estas maldades de Occidente y hagamos saber su resolución con la calma del justo. Si, con calma, pueblo americano, porque Cartagena tiene que ser como la roca de los mares que ni se rompe, ni se rinde ni tiembla”. Cartagena a 16 de diciembre de 1873.


General Daniel Edgar Sickles
Embajador USA en España 1873



No hay comentarios: